Poco más de dos años después de que la pandemia provocó la recesión mundial más profunda desde la Segunda Guerra Mundial, la economía está nuevamente en peligro. Esta vez se enfrenta simultáneamente a niveles de inflación elevados y crecimiento lento.
Incluso si se evita una recesión mundial, las penurias de la estanflación podrían persistir durante varios años, con consecuencias potencialmente desestabilizadoras para las economías de ingreso bajo y mediano, a menos que se logren aumentos importantes en la oferta.
En el contexto de la guerra en Ucrania, el alza de la inflación y el incremento de las tasas de interés, se prevé que el crecimiento económico mundial se desplome en 2022. Las proyecciones más recientes del Banco Mundial, reflejan una rebaja considerable en las perspectivas: se espera que el crecimiento mundial disminuya marcadamente, del 5.7 por ciento en 2021 al 2.9 por ciento este año.
Esto también supone un recorte de casi un tercio en la previsión de enero de 2022, en la que se proyectaba un 4.1 por ciento para este año. La suba de los precios de la energía y los alimentos, junto con las disrupciones en la oferta y el comercio provocadas por la guerra en Ucrania y la necesaria normalización de las tasas de interés ahora en curso, explican la mayor parte de esta rebaja.
El Covid-19 ya ha afectado gravemente el crecimiento de los ingresos y la reducción de la pobreza en las economías en desarrollo. Y las consecuencias de la guerra en Ucrania intensifican los desafíos que enfrentan muchas de ellas. Se espera que estas economías crezcan un 3.4 por ciento en 2022, apenas la mitad de la tasa de 2021 y muy por debajo del promedio registrado entre 2011 y 2019.
De modo similar, las previsiones de crecimiento para los países de ingreso mediano en 2022 se han reducido significativamente: han caído .,3 puntos porcentuales respecto de las de enero.
En 2023 el ingreso real per cápita se mantendrá por debajo de los niveles anteriores a la pandemia en alrededor del 40 por ciento de las economías en desarrollo. Para muchos países, será difícil evitar la recesión. Con las restricciones en el suministro de gas natural, especialmente el que se utiliza en la producción de fertilizantes y en las redes eléctricas de los países más pobres, será esencial que se anuncien importantes aumentos de la producción en todo el mundo para restablecer el crecimiento no inflacionario.
El peligro de que la inflación superior al promedio y el crecimiento inferior al promedio persistan durante varios años (un fenómeno que no se observa desde la década de 1970). Se estima que entre 2021 y 2024 el crecimiento mundial se desacelerará 2.7 puntos porcentuales, es decir, más del doble de la desaceleración registrada entre 1976 y 1979.
Es probable que el crecimiento siga siendo tenue durante toda la década debido a las escasas inversiones en la mayor parte del mundo. Dado que en muchos países la inflación se encuentra ahora en los niveles más altos en varias décadas, y puesto que se espera que la oferta se expanda con lentitud, existe el riesgo de que la tasa de incremento de los precios se mantenga más elevada durante más tiempo de lo que se prevé en la actualidad.
La fuerte suba de los precios afecta a los consumidores
En la actualidad la deuda pública externa de las economías en desarrollo se encuentra en niveles sin precedentes. La mayor parte fue contraída con acreedores privados, y una gran proporción está sujeta a tasas de interés variables que podrían aumentar repentinamente. Conforme se endurecen las condiciones financieras mundiales y las monedas se deprecian, el sobreendeudamiento (que antes se limitaba a las economías de ingreso bajo) se extiende a los países de ingreso medio.
A medida que se endurezca la política monetaria, será importante reducir la desigualdad y buscar incrementar los ingresos de todos mediante herramientas fiscales y monetarias que fortalezcan las cadenas de suministro, las pequeñas empresas y el proceso de asignación de capital.
Sin embargo, las condiciones actuales difieren de las de la década de 1970 en varios aspectos importantes. El dólar, extremadamente débil en esos años, hoy muestra solidez. Los precios del petróleo se cuadruplicaron en 1973-74 y se duplicaron en 1979-80; en la actualidad, en términos ajustados por inflación, dichos precios equivalen a solo dos tercios de su nivel de 1980. Y los balances generales de las principales instituciones financieras son en su mayoría sólidos, mientras que en la década de 1970 representaban un riesgo.
Las economías de todo el mundo también son ahora más flexibles que en los años setenta, con menos rigideces estructurales relacionadas con los salarios y los mercados laborales, mientras que los responsables de formular políticas están hoy en día en mejor posición para protegerse de los factores que generan estanflación. Por otro lado, los marcos de política monetaria son más creíbles: los bancos centrales de las economías avanzadas y de muchas economías en desarrollo trabajan con mandatos claros referidos a la estabilidad de precios. Esto, junto con el hecho de que las tecnologías y los capitales existentes tienen la capacidad de generar aumentos cuantiosos en la oferta, ha ayudado a anclar las expectativas inflacionarias a largo plazo.
Para reducir el riesgo de estanflación, los responsables de formular políticas de todos los países deberán implementar medidas específicas. En una época extraordinaria en la que se superponen diversas crisis mundiales.
Los funcionarios encargados de diseñar políticas deberán centrar sus atención en cinco áreas clave.
En primer lugar, deben limitar los perjuicios para las personas afectadas por la guerra en Ucrania. Para esto será necesario coordinar la respuesta a la crisis, lo que incluye el suministro de alimentos, asistencia médica y financiera de emergencia a las zonas devastadas por la guerra, y la distribución de la carga que supone albergar, apoyar y tal vez reubicar a los refugiados y las personas desplazadas internamente.
En segundo lugar, deben contrarrestar el alza de los precios del petróleo y los alimentos. Es esencial aumentar la oferta de productos básicos energéticos y alimentarios clave. Los mercados miran hacia adelante, por lo que incluso los meros anuncios sobre la oferta futura ayudarán a reducir los precios y las expectativas inflacionarias. Todos los países deben reforzar sus sistemas de protección social y evitar las restricciones a la exportación e importación que agravan el aumento de los precios.
En tercer lugar, urge acentuar los esfuerzos para el alivio de la deuda. Las vulnerabilidades derivadas de la deuda ya eran graves para los países de ingreso bajo aun antes de la pandemia. A medida que el sobreendeudamiento se extienda a los países de ingreso mediano, aumentarán los riesgos para la economía mundial si no se logra un alivio rápido, integral y de gran magnitud.
En cuarto lugar, los funcionarios deben mejorar la preparación sanitaria e intensificar la labor para contener la pandemia. La ampliación de los programas de inmunizaciónen los países de ingreso bajo, incluida la vacunación debe ser una clara prioridad mundial.
En quinto lugar, se debe acelerar la transición hacia fuentes de energía con bajos niveles de emisión de carbono. Para reducir la dependencia respecto de los combustibles fósiles se necesitarán más inversiones en redes eléctricas, fuentes de energía menos contaminantes y mayor eficiencia energética. Los funcionarios encargados de formular políticas en los países deben crear marcos regulatorios climáticamente inteligentes, ajustar las estructuras de incentivos y fortalecer las regulaciones sobre el uso de la tierra.
La recuperación de la prosperidad a largo plazo dependerá de que se logre volver a un crecimiento más rápido y un entorno normativo más estable y basado en normas. Hay buenas razones para esperar que, una vez que se detenga la guerra en Ucrania, se redoblarán los esfuerzos (incluso los del Grupo Banco Mundial) para reconstruir la economía de ese país y reactivar el crecimiento mundial.
Mientras tanto, los responsables de formular políticas deben mitigar las demás amenazas al desarrollo: el aumento abrupto de los precios de los alimentos y la energía, la persistente presión estanflacionaria, el sobreendeudamiento cada vez más peligroso, el aumento de la desigualdad y la inestabilidad, y los innumerables riesgos derivados del cambio climático.
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