En la actualidad, la buena producción agrícola para la exportación, cumpliendo con las exigencias internacionales de calidad, no puede basarse únicamente en el manejo de las variables estrictamente agronómicas (suelos, semillas, fertilización, agroquímicos, entre otros), sino que debe incorporar el manejo de otras variables que son determinantes en la obtención de cosechas económicamente rentables.
Por: Jorge L. Sánchez García – Agrometeorólogo – Gerente de Servicios de Laboratorio Ambiental y Monitoreo de Geoambiente – jsanchez@geoambiente.gt
Uno los aspectos que deben considerarse como parte del proceso productivo es la variabilidad climática (ocurrencia e intensidad de la estación lluviosa, acumulación de horas frío, presencia de heladas o de ondas de calor, vientos intensos, etcétera). También es necesario considerar el cumplimiento de normativas ambientales (niveles de emisión de gases de fuentes fijas y móviles, huella hídrica y de carbono, material particulado, niveles de presión sonora ambiental y laboral, por ejemplo), como parte del cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible que atañen a las actividades de exportación.
La variada topografía de Guatemala genera diversidad de climas que no se pueden generalizar ni extrapolar a partir de una muy limitada red de estaciones meteorológicas. Tampoco se puede pretender que un simple pluviómetro brinde toda la información meteorológica que conduzca a una buena cosecha.
Se habla mucho de variabilidad climática y de lluvias, pero no se aclara que la lluvia siempre ha tenido una alta variabilidad en el tiempo y en el espacio. Algo similar ocurre con la temperatura mínima.
El uso de riego implica conocer, indispensablemente, cuál es la lámina de agua que se debe aplicar y cuándo hacerlo. La fase fenológica del cultivo y el contenido de humedad según el tipo de suelo dan parte de la respuesta. La temperatura diurna y nocturna del lugar, la radiación solar recibida, la velocidad del viento y la humedad relativa, son clave para determinar la lámina de agua a reponer.
Por ejemplo, la correcta y oportuna dosificación de nutrientes y agua favorecerán el crecimiento y desarrollo en las diferentes fases fenológicas de un cultivo, las cuales se irán expresando de acuerdo a los estímulos energéticos brindados por la radiación solar y la temperatura. Caso contrario, temperaturas bajas y un manejo inadecuado del agua pueden favorecer la aparición de estrías o agrietamientos en los pimientos.
Otro caso son las temperaturas elevadas, manejo inadecuado del agua y nutrientes, lo cual puede repercutir en la aparición de más de un corazón en la cebolla o aumentar el crecimiento de la cavidad interna del melón.
En los tres ejemplos mencionados el hecho es que se reduce la calidad del producto, se acorta su vida de anaquel y, consecuentemente, se entra en desventaja respecto a las calidades y cualidades exigidas por el mercado, generando una clara desventaja competitiva.
Respecto a las flores, los capullos de rosas pueden tener dificultad en abrirse plenamente si hay condiciones de alta humedad seguidas por períodos de mayor disponibilidad de radiación solar, provocando el apelotonamiento de esas flores, con la consecuente reducción de calidad. Por otro lado, en el caso de los granos, por ejemplo, la viabilidad del polen del maíz dulce se ve fuertemente reducida con temperaturas superiores a 30 grados centígrados y bajas humedades, resultando en la aparición de mazorcas con muchos granos vanos (especialmente en el extremo apical de las mazorcas), afectando consecuentemente el rendimiento y la buena calidad exportable del producto.
Ese mismo cultivo puede experimentar una rápida degradación en su calidad y dulzura si no se reduce rápidamente el gradiente entre las condiciones de temperatura y humedad existentes durante la cosecha y las del preempaque y almacenamiento. En resumen, la aplicación de los criterios que nos brinda la captura de datos meteorológicos a lo largo del tiempo, su procesamiento e interpretación, permite planificar las actividades agrícolas de manera sostenible, no solo desde el punto de vista económico (rentabilidad), sino también ambiental (desempeño).
La correcta programación y dosificación del riego y la fertilización, pueden reducir considerablemente la cantidad de agua necesaria para obtener una buena cosecha de calidad exportable, que tenga un menor impacto sobre la disponibilidad del recurso hídrico (por ejemplo lámina de agua, frecuencia, caudal ecológico) y que cumpla con las normativas ambientales para las aguas residuales (que contemplan entre otras la temperatura, pH, oxígeno disuelto, DBO y DQO, nitrógeno y fósforo, coliformes, etcétera) derivadas del proceso.
Estos y otros parámetros son generalmente considerados por organismos internacionales para calcular la “huella hídrica” de una actividad agroexportadora, permitiendo el acceso a los mercados extranjeros únicamente a aquellas empresas que además de los requisitos agronómicos de calidad, cumplan con las normativas ambientales y de sostenibilidad en las áreas en las que fueron producidos (desempeño ambiental).
El nivel de emisiones de gases (que contempla entre otras al oxígeno, monóxido de carbono CO, óxidos de nitrógeno NOx, metano CH4, dióxido de azufre SO2, temperatura de las emisiones) de fuentes móviles (tractores, camiones, helicópteros/ aviones, barcos, montacargas, bombas de agua, motores estacionarios) y de fuentes fijas (que también contempla en las chimeneas de las calderas los niveles de oxígeno, monóxido de carbono CO, óxidos de nitrógeno NOx, metano CH4, dióxido de azufre SO2, temperatura de las emisiones, material particulado PM10 y PST, Exceso de Aire), así como de fuentes de energía propia (hidro, biomasa, solar, eólica, bunker, diésel, carbón) o externa (ídem) usadas en las instalaciones utilizadas para el proceso agroindustrial.
Al igual que la huella hídrica, la huella de carbono también es considerada como un parámetro que, al comprobar el debido cumplimiento de la normativa ambiental aplicable, permite el acceso a más mercados extranjeros, los que generalmente son muy celosos por el cumplimiento de las normativas ambientales y de calidad y la sostenibilidad de los sitios de origen de los productos que adquieren.
En síntesis, la competitividad del sector agroexportador puede mejorarse considerablemente al poder cuantificar para sus áreas de interés, las diferentes variables meteorológicas y ambientales involucradas en todo el proceso de producción, empaque, procesamiento y exportación.
La oportunidad de acceder a más y mejores mercados que exigen el cumplimiento de normativas ambientales orientadas a la sostenibilidad, permite comprobar que los recursos destinados a la medición y cuantificación de las diferentes variables meteorológicas y ambientales involucradas en la producción de cultivos de agroexportación, son una inversión con una tasa de retorno elevada y de rápida recuperación.